miércoles, 14 de septiembre de 2011

Mi salvavidas

Tengo el cuello caliente, sudando. Pero sin embargo cuando me intento limpiar estoy completamente seca. De hecho mi piel al tacto ahora mismo es como la tierra cuarteada de los desiertos de Arizona. Siento que se me calientan las orejas por dentro y las cuencas de los ojos que, por cierto, me arden. Me mareo, me revuelvo, me atraganto. Y poco a poco voy sintiendo el agua rozando las puntas de los dedos de mis pies hasta casi llegarme a los tobillos. Mi vista se nubla y, como siempre, solo atino a susurrar, y es que nunca me he atrevido a gritar mi nombre. Pero sí el tuyo. Cuando menos puedes oírme. Cuando menos quieres oírme. No sé qué hago...me río de mí misma. Soy ridícula. Entonces aparece ella. Siempre fue ella, desde el primer momento. Y me ha acogido sin querer nada a cambio y me ofrece enredar sus dedos en mi cabello. Sus dulces manos, iguales a las mías. Y su olor envolviéndome, haciéndome volver muy atrás, mucho más atrás de este tiempo que corre ahora adelantándome siempre...¡Y por la derecha! Y es que gracias a ella puedo sonreir más de vez en cuando a pesar de que me haga la insensible. Aunque es imposible engañarla, sabe que soy más frágil que la porcelana. "¿Tu ves a esta niña? Pues ten cuidado con ella porque es de cristal, y como la rompas te rompo yo los dientes..." Y es que madres brutas y dulces como la mía...hay pocas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario