He de admitir que soy adicta a volar. Soy adicta a volar y desvanecerme poco a poco. A perder el sentido de la realidad cuando me conviene, a quedarme sin palabra y sin pensamiento. Me encanta esfumarme. Me encanta cerrar los ojos y saber que, aunque después no me guste lo que veo, nada es real en ese momento.
Soy cosquilleo, luego humo y, al final, fantasma. Y no soy nada de nada. Solo un cuerpo desvanecido, fuera de sí. En carne viva. En muerte viva.

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